En el año 1920, en la jungla de Maracaibo se encontraban cuatro hombres débiles y desesperados, sobrevivientes de una expedición de veinte europeos que se internaron en las aguas del rio Catatumbo tres años antes. Los dieciséis hombres restantes murieron víctimas de la fiebre, el paludismo, o de las flechas envenenadas de la tribu indígena Motilón, conocidos también por los indígenas Barí. Uno de los cuatro sobrevivientes, el geólogo Doctor François de Loys, llevaba consigo una increíble y enigmática fotografía, que causaría polémica y debates interminables entre los geólogos de todo el mundo durante cincuenta años.
Es en la siguiente foto, donde podemos ver el extraño simio, nunca visto anteriormente por ninguno de los geólogos de aquella peligrosa expedición, en las orillas del Catatumbo, amenazados por los salvajes indígenas.
Esta criatura fue bautizada por otro inminente geólogo francés, el doctor Montandon, como el “Ameranthropoides loysi”, y él creía fervientemente en la autenticidad de la fotografía
El rival de François de Loys, al otro lado del canal, Sir Arthur Kid, denunció los hechos cómo un fraude, y se burló con ironía del diario London News del relato que hizo de Loys cuando fueron atacados por criaturas que a primera vista clasificaron como osos, ya que eran del tamaño de un oso y estaban cubiertos de pelo, y entre aullidos inhumanos tomaron ramas y excremento para arrojarles, Loys gritó a sus hombre “¡Fuego!” y ellos tirotearon contra aquellos extraños animales, de los cuales uno huyó cojeando, pero el otro, quedó inmóvil en el suelo, muerto. Sir Arthur aseguró que se trataba de un simple mono araña suramericano al que le había cortado la cola.
George Montandon, el médico suizo cuya curiosidad científica lo acercaría a la geología, la antropología y otro montón de ciencias sin aparente orden o conexión, ayudó a de Loys e hizo un experimento para confirmar la autenticidad del extraño animal y demostrarle a Sir Arthur que no era ningún fraude. Montandon utilizó una caja de hojalata usada para envases de petróleo idéntica a la que se veía en la foto para hacer dos fotografías, en una, aparecía un mono araña común, y en la otra, un hombre sentado en la caja, colega de Montandon, y con comparó el tamaño del simio extraño con el mono araña común, y este resultó ser de menor tamaño; pero comparado con el del hombre, se confirmó que el Yeti era de más de medio metro de altura. Para Montandon, fue concluyente.
Avistamientos de humanoides en América del Sur no son ninguna novedad. En 1769, el naturalista Edward Bancroft encontró que las tribus indígenas suramericanas creían en uno que vivía en la selva, medía alrededor de un metro y medio, caminaba erguido, y estaba cubierto de pelo negro. Años más tarde, en 1876, el explorador británico Charles Barrington Brown describió uno llamado el Didi. Este era un tipo de hombre salvaje que vivía en la Guyana Inglesa, y que -al igual que el hombre de Bancroft- caminaba erguido y tenía el cuerpo cubierto de pelo. En las noches, relata Bancroft, podían escucharse sus gritos a kilómetros de distancia y una vez, había sido capaz de reconocer sus huellas. Pero desde entonces, no se ha sabido sobre más avistamientos de simios extraños que pudieran reivindicar o destruir la teoría de Montandon, así que aún, quedará la interrogante. Tal vez todavía vivan aquí, en la selva amazónica venezolana, o ya se hayan extinguido a causa de la mano del hombre.